Paulina
Navarro Montenegro
Durante
el periodo barroco la literatura tuvo una gran manifestación en Europa
occidental así como en numerosas colonias de Latinoamérica, prueba de ello son
las cuatro obras que tendrán lugar en este ensayo: Fuenteovejuna de Félix Lope de Vega y Carpio, nacido en España, El Burlador de Sevilla de Tirso de
Molina, La Verdad Sospechosa de Juan
Ruiz de Alarcón y Amor es más laberinto
de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana.
La
principal relación que existe entre estas cuatro obras es el amor que las mujeres
sienten hacia los hombres y los engaños que éstos utilizan para tomar provecho
de ésta situación y de eso modo obtener ya sea sexo, poder, o ambos.
Durante
esta época, la Iglesia Católica procuró expandir la Fe, conmover e impresionar
a los creyentes, lo cual se ve reflejado en las obras ya que vemos situaciones
bastante complejas en las que los protagonistas, sobre todo los varones, no
están totalmente faltos de moral aunque así lo parezca, por lo tanto vemos que
los personajes se debaten constantemente y tienen conflictos con sí mismos.
Un
ejemplo de ésta moralidad distorsionada se encuentra en El Burlador de Sevilla de Tirso de Molina: el personaje principal,
Don Juan, sabe que su forma de engañar a las mujeres para saciar sus egoístas deseos
está mal y deberá ser castigado en algún momento, pero se sabe joven y supone
que tendrá tiempo para arrepentirse.
Por tu trato y tus
locuras.
Al fin el rey me ha
mandado
que te eche de la
ciudad,
porque está de una
maldad
con justa causa
indignado.
Que, aunque me lo has
encubierto,
ya en Sevilla el rey
lo sabe,
cuyo delito es tan
grave,
que a decírtelo no
acierto.
¿En el palacio real
traición y con un
amigo?
Traidor, Dios te dé
el castigo
que pide delito
igual.
Mira que, aunque al
parecer
Dios te consiente y
te aguarda,
su castigo no se
tarda,
y que el castigo ha
de haber
para los que profanáis
su nombre, que es
juez fuerte
Dios en la muerte.
(Don Diego, Jornada
Segunda, pág. 174)
¿En la muerte?
¿Tan largo me lo fiáis?
De aquí allá hay gran
jornada.
(Don Juan, Segunda
Jornada, pág. 174)
Breve te ha de
parecer.
(Don Diego, Jornada
Segunda, pág. 174)
Por otro
lado, la naturaleza femenina tiene siempre como prioridad el amor y los hijos,
mientras la naturaleza masculina busca poder y sexo. Este es un problema
gravísimo en las obras ya que las mujeres cautivadas por hombres seductores,
están dispuestas a hacer lo que sea por ellos, ya sea darles su virtud, o
ayudarlos para conseguir el poderío. Tal es el caso que se presenta en la obra Amor es más laberinto de Juana Inés de
Asbaje y Ramírez de Santillana.
ARIADNA: Porqué
lo libraré yo primero.
TESEO: ¿Con qué pagaré el cuidado
de favor tan desmedido,
sí aun queda lo agradecido,
por lo corto, desairado?
¡Oh! ¡Quién con vida se hallara
y a vuestros pies la pusiera,
que yo por vos me muriera
aunque nadie me matara!
Mas siempre os lleváis la
palma
de ser mi dulce homicida;
pues ha de quitar la vida
por fuerza, quien roba el alma.}
Teseo en
realidad está enamorado de Fedra, hermana de Ariadna, pero la hace creer que
está enamorado de ella para que lo ayude a escapar del laberinto de Creta una
vez que ha matado al minotauro, y ésta dejándose seducir por él, cae en la
trampa y lo ayuda a liberarse para después verse abandonada cuando Teseo logra
su cometido y regresa a los brazos de Fedra para casarse con ella.
En La Verdad Sospechosa de
Juan Ruiz de Alarcón, el problema por el que atraviesa la historia completa son
las mentiras de Don García, un galán que al igual que los otros personajes
varones que hemos analizado, se complace de deshonrar mujeres y engañar.
La siguiente
cita retrata perfectamente la situación en la que se encuentran los personajes
de la obra alrededor de Don García:
Tiene un
ingenio excelente
con
pensamientos sutiles;
mas
caprichos juveniles
con
arrogancia imprudente.
De
Salamanca rebosa
la leche,
y tiene en los labios
los
contagiosos resabios
de
aquella caterva moza:
aquel
hablar arrojado,
mentir
sin recato y modo,
aquel
jactarse de todo,
y hacerse
en todo extremado.
Hoy, en
término de una hora,
echó
cinco o seis mentiras.
(Tristán,
acto III, escena V, pág. 81)
Quien
dice que miento yo
ha
mentido.
(Don
García, acto II, escena IX, pág. 84)
Y no nos
olvidemos de Fuenteovejuna de
Félix Lope de Vega y Carpio, donde el comendador es un hombre que ya tiene
poder y busca tomar provecho de casi todas las mujeres del peblo, pero cuando
Laurencia se niega, él soberbiamente se enfurece y llega en medio de la boda de
Laurencia y Frondoso a interrumpir:
COMENDADOR: Estése la boda queda
y no se alborote nadie.
JUAN ROJO: No es juego aqueste, señor,
y basta que tú lo mandes.
¿Quieres lugar? ¿Cómo vienes
con tu belicoso alarde?
¿Venciste? Mas, ¿qué pregunto?
FRONDOSO: ¡Muerto soy! ¡Cielos, libradme!
LAURENCIA: Huye por aquí, Frondoso.
COMENDADOR: Eso no; prendedle, atadle.
JUAN ROJO: Date, muchacho, a prisión.
FRONDOSO: Pues ¿quieres tú que me maten?
JUAN ROJO: ¿Por qué?
COMENDADOR: No soy hombre yo
que mato sin culpa a nadie;
que si lo fuera, le hubieran
pasado de parte a parte
esos soldados que traigo.
Llevarlo mando a la cárcel,
donde la culpa que tiene
sentencie su mismo padre.
PASCUALA: Señor, mirad que se casa.
COMENDADOR: ¿Qué me obliga que se case?
¿No hay otra gente en el pueblo?
PASCUALA: Si os ofendió, perdonadle,
por ser vos quien sois.
COMENDADOR: No es cosa,
Pascuala, en que yo soy parte.
Es esto contra el maestre
Téllez Girón, que Dios guarde;
es contra toda su orden,
es su honor, y es importante
para el ejemplo, el castigo;
que habrá otro día quien trate
de alzar pendón contra él,
pues ya sabéis que una tarde
al comendador mayor,
--¡qué vasallos tan leales!--
puso una ballesta al pecho.
ESTEBAN: Supuesto que el disculparle
ya puede tocar a un suegro,
no es mucho que en causas tales
se descomponga con vos
un hombre, en efecto, amante;
porque si vos pretendéis
su propia mujer quitarle,
¿qué mucho que la defienda?
COMENDADOR: Majadero sois, alcalde.
ESTEBAN: Por vuestra virtud, señor,...
COMENDADOR: Nunca yo quise quitarle
su mujer, pues no lo era.
ESTEBAN: Sí quisistes... Y esto baste;
que reyes hay en Castilla,
que nuevas órdenes hacen,
con que desórdenes quitan.
Y harán mal, cuando descansen
de las guerras, en sufrir
en sus villas y lugares
a hombres tan poderosos
por traer cruces tan grandes;
póngasela el rey al pecho,
que para pechos reales
es esa insignia y no más.
COMENDADOR: ¡Hola!, la vara quitadle.
ESTEBAN: Tomad, señor, norabuena.
COMENDADOR: Pues con ella quiero darle
como a caballo brïoso.
ESTEBAN: Por señor os sufro. Dadme.
PASCUALA: ¿A un viejo de palos das?
LAURENCIA: Si le das porque es mi padre,
¿qué vengas en él de mí?
COMENDADOR: Llevadla, y haced que guarden
su persona diez soldados.
y no se alborote nadie.
JUAN ROJO: No es juego aqueste, señor,
y basta que tú lo mandes.
¿Quieres lugar? ¿Cómo vienes
con tu belicoso alarde?
¿Venciste? Mas, ¿qué pregunto?
FRONDOSO: ¡Muerto soy! ¡Cielos, libradme!
LAURENCIA: Huye por aquí, Frondoso.
COMENDADOR: Eso no; prendedle, atadle.
JUAN ROJO: Date, muchacho, a prisión.
FRONDOSO: Pues ¿quieres tú que me maten?
JUAN ROJO: ¿Por qué?
COMENDADOR: No soy hombre yo
que mato sin culpa a nadie;
que si lo fuera, le hubieran
pasado de parte a parte
esos soldados que traigo.
Llevarlo mando a la cárcel,
donde la culpa que tiene
sentencie su mismo padre.
PASCUALA: Señor, mirad que se casa.
COMENDADOR: ¿Qué me obliga que se case?
¿No hay otra gente en el pueblo?
PASCUALA: Si os ofendió, perdonadle,
por ser vos quien sois.
COMENDADOR: No es cosa,
Pascuala, en que yo soy parte.
Es esto contra el maestre
Téllez Girón, que Dios guarde;
es contra toda su orden,
es su honor, y es importante
para el ejemplo, el castigo;
que habrá otro día quien trate
de alzar pendón contra él,
pues ya sabéis que una tarde
al comendador mayor,
--¡qué vasallos tan leales!--
puso una ballesta al pecho.
ESTEBAN: Supuesto que el disculparle
ya puede tocar a un suegro,
no es mucho que en causas tales
se descomponga con vos
un hombre, en efecto, amante;
porque si vos pretendéis
su propia mujer quitarle,
¿qué mucho que la defienda?
COMENDADOR: Majadero sois, alcalde.
ESTEBAN: Por vuestra virtud, señor,...
COMENDADOR: Nunca yo quise quitarle
su mujer, pues no lo era.
ESTEBAN: Sí quisistes... Y esto baste;
que reyes hay en Castilla,
que nuevas órdenes hacen,
con que desórdenes quitan.
Y harán mal, cuando descansen
de las guerras, en sufrir
en sus villas y lugares
a hombres tan poderosos
por traer cruces tan grandes;
póngasela el rey al pecho,
que para pechos reales
es esa insignia y no más.
COMENDADOR: ¡Hola!, la vara quitadle.
ESTEBAN: Tomad, señor, norabuena.
COMENDADOR: Pues con ella quiero darle
como a caballo brïoso.
ESTEBAN: Por señor os sufro. Dadme.
PASCUALA: ¿A un viejo de palos das?
LAURENCIA: Si le das porque es mi padre,
¿qué vengas en él de mí?
COMENDADOR: Llevadla, y haced que guarden
su persona diez soldados.
(Segundo
acto)
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