martes, 23 de septiembre de 2014

Las mujeres sufren de amor por los engaños de los hombres que buscan sexo y poder.

Paulina Navarro Montenegro

Durante el periodo barroco la literatura tuvo una gran manifestación en Europa occidental así como en numerosas colonias de Latinoamérica, prueba de ello son las cuatro obras que tendrán lugar en este ensayo: Fuenteovejuna de Félix Lope de Vega y Carpio, nacido en España, El Burlador de Sevilla de Tirso de Molina, La Verdad Sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón y Amor es más laberinto de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana.

La principal relación que existe entre estas cuatro obras es el amor que las mujeres sienten hacia los hombres y los engaños que éstos utilizan para tomar provecho de ésta situación y de eso modo obtener ya sea sexo, poder, o ambos.

Durante esta época, la Iglesia Católica procuró expandir la Fe, conmover e impresionar a los creyentes, lo cual se ve reflejado en las obras ya que vemos situaciones bastante complejas en las que los protagonistas, sobre todo los varones, no están totalmente faltos de moral aunque así lo parezca, por lo tanto vemos que los personajes se debaten constantemente y tienen conflictos con sí mismos.

Un ejemplo de ésta moralidad distorsionada se encuentra en El Burlador de Sevilla de Tirso de Molina: el personaje principal, Don Juan, sabe que su forma de engañar a las mujeres para saciar sus egoístas deseos está mal y deberá ser castigado en algún momento, pero se sabe joven y supone que tendrá tiempo para arrepentirse.

Por tu trato y tus locuras.
Al fin el rey me ha mandado
que te eche de la ciudad,
porque está de una maldad
con justa causa indignado.
Que, aunque me lo has encubierto,
ya en Sevilla el rey lo sabe,
cuyo delito es tan grave,
que a decírtelo no acierto.
¿En el palacio real
traición y con un amigo?
Traidor, Dios te dé el castigo
que pide delito igual.
Mira que, aunque al parecer
Dios te consiente y te aguarda,
su castigo no se tarda,
y que el castigo ha de haber
para los que profanáis
su nombre, que es juez fuerte
Dios en la muerte.
(Don Diego, Jornada Segunda, pág. 174)

¿En la muerte?
¿Tan largo me lo fiáis?
De aquí allá hay gran jornada.
(Don Juan, Segunda Jornada, pág. 174)

Breve te ha de parecer.
(Don Diego, Jornada Segunda, pág. 174)

Por otro lado, la naturaleza femenina tiene siempre como prioridad el amor y los hijos, mientras la naturaleza masculina busca poder y sexo. Este es un problema gravísimo en las obras ya que las mujeres cautivadas por hombres seductores, están dispuestas a hacer lo que sea por ellos, ya sea darles su virtud, o ayudarlos para conseguir el poderío. Tal es el caso que se presenta en la obra Amor es más laberinto de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana.

ARIADNA:                         Porqué
               lo libraré yo primero.
TESEO:            ¿Con qué pagaré el cuidado
               de favor tan desmedido,
               sí aun queda lo agradecido,
               por lo corto, desairado?
                  ¡Oh! ¡Quién con vida se hallara
               y a vuestros pies la pusiera,
               que yo por vos me muriera
               aunque nadie me matara!
                  Mas siempre os lleváis la palma
               de ser mi dulce homicida;
               pues ha de quitar la vida
               por fuerza, quien roba el alma.}

Teseo en realidad está enamorado de Fedra, hermana de Ariadna, pero la hace creer que está enamorado de ella para que lo ayude a escapar del laberinto de Creta una vez que ha matado al minotauro, y ésta dejándose seducir por él, cae en la trampa y lo ayuda a liberarse para después verse abandonada cuando Teseo logra su cometido y regresa a los brazos de Fedra para casarse con ella.

En La Verdad Sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón, el problema por el que atraviesa la historia completa son las mentiras de Don García, un galán que al igual que los otros personajes varones que hemos analizado, se complace de deshonrar mujeres y engañar.
La siguiente cita retrata perfectamente la situación en la que se encuentran los personajes de la obra alrededor de Don García:

Tiene un ingenio excelente
con pensamientos sutiles;
mas caprichos juveniles
con arrogancia imprudente.
De Salamanca rebosa
la leche, y tiene en los labios
los contagiosos resabios
de aquella caterva moza:
aquel hablar arrojado,
mentir sin recato y modo,
aquel jactarse de todo,
y hacerse en todo extremado.
Hoy, en término de una hora,
echó cinco o seis mentiras.
(Tristán, acto III, escena V, pág. 81)

Quien dice que miento yo
ha mentido.
(Don García, acto II, escena IX, pág. 84)

Y no nos olvidemos de Fuenteovejuna de Félix Lope de Vega y Carpio, donde el comendador es un hombre que ya tiene poder y busca tomar provecho de casi todas las mujeres del peblo, pero cuando Laurencia se niega, él soberbiamente se enfurece y llega en medio de la boda de Laurencia y Frondoso a interrumpir:

COMENDADOR: Estése la boda queda 
y no se alborote nadie. 
JUAN ROJO: No es juego aqueste, señor, 
y basta que tú lo mandes. 
¿Quieres lugar? ¿Cómo vienes 
con tu belicoso alarde? 
¿Venciste? Mas, ¿qué pregunto? 
FRONDOSO: ¡Muerto soy! ¡Cielos, libradme! 
LAURENCIA: Huye por aquí, Frondoso. 
COMENDADOR: Eso no; prendedle, atadle. 
JUAN ROJO: Date, muchacho, a prisión. 
FRONDOSO: Pues ¿quieres tú que me maten? 
JUAN ROJO: ¿Por qué? 
COMENDADOR: No soy hombre yo 
que mato sin culpa a nadie; 
que si lo fuera, le hubieran 
pasado de parte a parte 
esos soldados que traigo. 
Llevarlo mando a la cárcel, 
donde la culpa que tiene 
sentencie su mismo padre. 
PASCUALA: Señor, mirad que se casa. 
COMENDADOR: ¿Qué me obliga que se case? 
¿No hay otra gente en el pueblo? 
PASCUALA: Si os ofendió, perdonadle, 
por ser vos quien sois. 
COMENDADOR: No es cosa, 
Pascuala, en que yo soy parte. 
Es esto contra el maestre 
Téllez Girón, que Dios guarde; 
es contra toda su orden, 
es su honor, y es importante 
para el ejemplo, el castigo; 
que habrá otro día quien trate 
de alzar pendón contra él, 
pues ya sabéis que una tarde 
al comendador mayor, 
--¡qué vasallos tan leales!-- 
puso una ballesta al pecho. 
ESTEBAN: Supuesto que el disculparle 
ya puede tocar a un suegro, 
no es mucho que en causas tales 
se descomponga con vos 
un hombre, en efecto, amante; 
porque si vos pretendéis 
su propia mujer quitarle, 
¿qué mucho que la defienda? 
COMENDADOR: Majadero sois, alcalde. 
ESTEBAN: Por vuestra virtud, señor,... 
COMENDADOR: Nunca yo quise quitarle 
su mujer, pues no lo era. 
ESTEBAN: Sí quisistes... Y esto baste; 
que reyes hay en Castilla, 
que nuevas órdenes hacen, 
con que desórdenes quitan. 
Y harán mal, cuando descansen 
de las guerras, en sufrir 
en sus villas y lugares 
a hombres tan poderosos 
por traer cruces tan grandes; 
póngasela el rey al pecho, 
que para pechos reales 
es esa insignia y no más. 
COMENDADOR: ¡Hola!, la vara quitadle. 
ESTEBAN: Tomad, señor, norabuena. 
COMENDADOR: Pues con ella quiero darle 
como a caballo brïoso. 
ESTEBAN: Por señor os sufro. Dadme. 
PASCUALA: ¿A un viejo de palos das? 
LAURENCIA: Si le das porque es mi padre, 
¿qué vengas en él de mí? 
COMENDADOR: Llevadla, y haced que guarden 
su persona diez soldados. 

(Segundo acto)

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